“De
cómo nació el rocío por la mañana”
Por
Manuel Olivera
-¡Sagrado
Hunab! ¡Le ruego cuide de aquéllos que sufren por amor!
Gritaba
a los cielos el Gran Sacerdote mientras Itzá caía dentro del Cenote Azul.
A
su vez, el alma de Mitztli se ahogaba en llanto al observar cómo el cuerpo
inerte de su amado desaparecía en el fondo del agua. Una escena horrorosa
definitivamente. Más no ajena pues sucedió aquí, en la antigua Mesoamérica.
Cuentan
los ancianos que allá, en una remota región de Yucatán, se suscitó una de las
historias más intrigantes que la naturaleza haya conocido jamás.
Eran
los primeros tiempos. El hombre ya había aprendido a cultivar el maíz y
empezaba, poco a poco, a asentarse como un pueblo sólido y capaz. Naturalmente,
aún enfrentaba los peligros que el mundo terrenal presentaba a cualquiera que
osara profanar su espacio.
Debido
a ello, el hombre se vio obligado a desarrollar habilidades de defensa y, de
entre todos los guerreros más diestros, sobresalía un joven peculiar. Itzá,
conocido en el pueblo como “el guerrero de jade”, poseía todos los atributos
que un guardián desearía tener excepto, un pequeño gran error.
Nuestro
guerrero de jade era un ferviente admirador de la noche. Continuamente decía
que, a veces, la obscuridad era más seductora que el cuerpo de una mujer. Fue
precisamente esta lúgubre seducción la que lo llevó a cometer el error que,
bajo los ojos de la Gran Civilización Maya, correspondió a una enorme tragedia.
Durante
cierta luna llena, Itzá salió a deleitarse del manto estelar. Deambuló por un
pequeño sendero hasta que percibió que, al lado de un cenote, brillaba una luz
intensamente. Como todo hombre curioso se acercó para investigar qué sucedía y
fue allí donde encontró a la mujer más hermosa.
-¿Qué
deseas saber hombre curioso?
Preguntó la bella joven. Era Mitztli, hija de
Ixchel, la Diosa de la Luna, e Itzam Ná, el Dios Sol. Admirada por humanos y
seres divinos, dicha mujer era la encarnación misma de la belleza.
-Sagrada
Mitztli ¿sabe por qué mi corazón late desesperadamente al verla bajar de los
cielos?
Cuestionó
Itzá. El joven se notaba claramente nervioso.
-Eso,
humilde hombre, habrá que descubrirlo.
Afirmó Mitztli con una ligera sonrisa. A
partir de ahí, estos dos jóvenes conversaban, noche tras noche, sobre las peripecias
que todo hombre y todo Dios, experimentan a lo largo del año astral.
Eran
como dos quetzales cortejándose a la luz de la luna. Poco a poco, aquello que
llaman amor, fue naciendo entre estos dos seres. Desafortunadamente, el mismo
sentimiento que unía sus nobles corazones sería, posteriormente, quién apagaría
sus llamas de vida.
Y
es que, bajo las leyes divinas, la diferencia de jerarquías entre hombre y Dios
era inapelable. La violación de ello, acarrearía la muerte misma al pueblo.
Sumado a esto, la envidia que causaba entre dioses el hecho de que el corazón
de Mitztli perteneciese a un mortal, era inevitable.
Ah
Puch, el Dios Muerte, decidió que era demasiado. Por fuera, una temida deidad.
Por dentro, un ser obsesionado por Mitztli. Abrigado por las leyes divinas, Ah
Puch advirtió al pueblo maya que, de seguir esta relación, caería sobre ellos
maldiciones que acabarían con todo lo existente.
A
pesar de la advertencia, los dos jóvenes enamorados se negaron rotundamente.
Debido a esto, el Dios Muerte emprendió su venganza. En primera instancia,
ofreció un brebaje a Hurakan, el Dios del Viento. Este, confundido por la
bebida, desató los vientos más feroces y acabó con todas las moradas del pueblo
maya.
Posteriormente,
convenció a Chaac de una supuesta pérdida de fe de toda la civilización maya.
El Dios de la Lluvia, iracundo, mandó un diluvio que acabó con los sembradíos
de maíz.
Ah
Puch fue convenciendo poco a poco a varios Dioses quienes enfurecidos maldecían
toda la Tierra. Evidentemente, llegó un momento en que el pueblo maya no
soportó más. Viendo como su gente moría de hambruna y enfermedades, Itzá no vio
más salida que ofrecerse en sacrificio para calmar la ira divina. Por supuesto,
la consagración de esta ceremonia estaba precedida por una condición: Que Mitztli
no tuviera conocimiento alguno de ello.
El
gran Sacerdote exclamó a los cielos. Los auxiliares mantenían sujetas las
extremidades del sacrificio humano mientras un cuchillo de jade se hundía en el
pecho de Itzá; sacando de tajo el corazón del joven enamorado.
Ah
Puch se complació con el acto y dejó en paz al pueblo. Sin embargo, como era de
esperarse, las malas noticias llegaron rápidamente a los oídos de la hermosa
Mitztli. Devastada, decidió sólo una cosa.
Al
instante visitó a Ixtab, la Diosa de los Suicidas. El motivo era para pedirle
el camino más rápido para encontrarse con la muerte. La que cuida a los
Suicidas se negó en primera instancia pero, después de ver el llanto
desconsolado de la joven enamorada, no tuve más remedio que aceptar la mortal
petición.
Ixtab
obsequió un brebaje especial a Mitztli y le expresó:
-Diosa
enamorada, debe dirigirse al amanecer con Xaman Ek. Ahí, la Gran Estrella Polar
la guiará hasta el Mictlan, donde encontrara a su ser amado, donde su corazón
podrá encontrar paz.
Bastaron
pocos segundos para que Mitztli emprendiera su viaje y llegara donde La Gran
Estrella Polar. Allí, Xaman Ek ordenó a la joven desconsolada que tomase la misteriosa bebida y la abrazó; miró
a través de sus ojos esa alma muerta, esa que deseaba, con todo lo que quedaba
de corazón, encontrarse una vez más con su amado.
-¿Y
ahora, qué hago Gran Xaman? ¿Qué sigue?
Cuestionó,
somnolienta, la desdichada.
-Tenga
paciencia hermosa Mitztli, con el brebaje que ha ingerido pronto las respuestas
llegarán. Adelante, aléjese de esta melancolía. Huya. Mantenga sus oídos sordos
ante esta diatriba que le grita su furibunda alma por estar sumergida en tanto
dolor.
Expresó
Xaman Ek mientras recostaba el cuerpo de Mitztli quien, en unos minutos, ya había
perdido el conocimiento. Tiempo después, el alma de la bella diosa salió de esa
fría mezcla de carne, piel y sufrimientos. Una imagen traslúcida de dicha
mujer, casi inasible, se dirigió hacia Xaman Ek. Éste, inmediatamente, supo que
la hora había llegado.
Guiada
por la Gran Estrella Polar, el alma de Mitztli voló por los cielos rumbo al
Mictlan. Los ojos de la desafortunada derramaban muchas lágrimas de tristeza
que bañaban toda la faz de la tierra. La flora, que apenas despertaba después
de una noche negra, recibía su llanto, uniéndose a su pesar.
Si
la infortunada deidad logró su objetivo o no, es un misterio. Los ancianos se
niegan a relatar el final de la historia pues dicen que, la misma Mitztli,
desearía que su desenlace se mantuviese oculto, en secreto.
No
obstante, lo que sí se sabe es que desde entonces, después del amanecer, todas
las flores presentan pequeñas gotas de agua, pues recuerdan aquélla trágica
historia y sollozan en el alba; primero para desahogar la pena y, después, para
purificar el camino hacia el Mictlan que
Mitztli, con el corazón en la mano, una vez cruzó.
0 comentarios:
Publicar un comentario